Fue
después fiel seguidor del caudillo liberal Augusto Durand en cuyas peripecias
lo acompañó por lo que vivió a salto de mata, pasando de Prefecto de Huánuco,
la tierra del político rebelde, a deportado en Ecuador. Preso y
prófugo en muchas ocasiones.
La
abuela paterna, Zenobia Maldonado era una mujer-según cuenta el propio
escritor-de expresión implacable que no vacilaba en azotar a sus hijos hasta la
sangre cuando se portaban mal. Hacia toda clase de milagros para darles de
comer. A ellos, prácticamente crió y educó sola.
El
abuelo Marcelino culminó su peripecia aventurera al irse a vivir con
una india de trenza y pollera, a un pueblito de los Andes centrales
donde terminó su existencia nonagenaria y cargada de hijos. Como Jefe de
Estación del Ferrocarril Central. Eso, definitivamente,
humillaba a Ernesto J. Vargas
Todo
ello, además, contrastaba al máximo con la costumbre de los Llosa, familia que
se preciaba de sus abolengos españoles, de sus buenas maneras, de su hablar
castizo y de sus inclinaciones hacia la cultura.
La
madre de Vargas Llosa quedó embarazada a poco de casarse. Un buen día su padre
Ernesto, por trabajo, proyectó un viaje a La Paz y le dijo a Dorita, de la
manera más natural, que vaya a tener el bebe a Arequipa. Se
despidió como un marido cariñoso de su esposa embarazada de cinco meses.
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