Las apreciaciones exactas de Vargas Llosa
sobre este momento son las siguientes: “se inclinó, me abrazó y me besó. Estaba
desconcertado y no sabía que hacer. Tenía una sonrisa falsa, congelada en la
cara. Habia en mi el sentimiento de una estafa: este papá no se
parecía al que yo creía muerto”
Salieron a la Plaza de Armas y subieron a
un carro Ford azul. Ernesto y Dora adelante, Mario atrás. Unas vueltas por el
centro de Piura y de pronto a la carretera. Hasta el kilómetro 50, el lugar
donde escoltaban a los viajeros rumbo a Lima. El comienzo del engaño.
El señor- cuenta Vargas Llosa en sus
memorias- lo invitó a conocer Chiclayo, mientras que Mario pensaba en los
abuelos al ver que no regresaban. Todo estaba planeado. Los esposos
reconciliados se iban a Lima, con escalas por las diferentes ciudades norteñas.
En el Hotel de Chiclayo dejaron al niño en
un cuarto solo y los padres se fueron a otro. El pequeño no durmió toda la
noche. Estaba con mucho fastidio y enteramente triste. Lloró varias
veces. A los pocos días, llegaron a Lima con la desilusión total
del pequeño. Con atisbos de miedo. Con situaciones, evidentemente,
de frustración total
Lo llevaron a vivir en una casita de
Magdalena, cerca de la avenida Salaverry, entre 1946 y 1947. Por donde pasaba
el tranvía Lima-San Miguel. Sitio, evidentemente, para Mario de
angustia, desolación y amargura. Allí vivió más de un año
Las propinas que recibía Vargas Llosa se
las gastaba comprando revistas Penecas y Billinkens, una publicación de
deportes argentina, "El Gráfico" y los libros de Salgari, Karl
May, Julio Verne. Entre ellos: "El Correo del Zar" y "La Vuelta
al Mundo en Ochenta Días", que lo hicieron soñar con países exóticos y
destinos fuera de lo común
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