martes, 14 de marzo de 2017

Lecturas

Las apreciaciones exactas de Vargas Llosa sobre este momento son las siguientes: “se inclinó, me abrazó y me besó. Estaba desconcertado y no sabía que hacer. Tenía una sonrisa falsa, congelada en la cara. Habia en mi el sentimiento de una estafa: este papá no se parecía al que yo creía muerto”

Salieron a la Plaza de Armas y subieron a un carro Ford azul. Ernesto y Dora adelante, Mario atrás. Unas vueltas por el centro de Piura y de pronto a la carretera. Hasta el kilómetro 50, el lugar donde escoltaban a los viajeros rumbo a Lima. El comienzo del engaño.

El señor- cuenta Vargas Llosa en sus memorias- lo invitó a conocer Chiclayo, mientras que Mario pensaba en los abuelos al ver que no regresaban. Todo estaba planeado. Los esposos reconciliados se iban a Lima, con escalas por las diferentes ciudades norteñas.

En el Hotel de Chiclayo dejaron al niño en un cuarto solo y los padres se fueron a otro. El pequeño no durmió toda la noche.  Estaba con mucho fastidio y enteramente triste. Lloró varias veces. A los pocos días, llegaron a Lima con la desilusión total del  pequeño. Con atisbos de miedo. Con situaciones, evidentemente, de frustración total

Lo llevaron a vivir en una casita de Magdalena, cerca de la avenida Salaverry, entre 1946 y 1947. Por donde pasaba el tranvía Lima-San Miguel. Sitio, evidentemente,  para Mario de angustia, desolación y amargura. Allí vivió más de un año

Las propinas que recibía Vargas Llosa se las gastaba comprando revistas Penecas y Billinkens, una publicación de deportes argentina, "El Gráfico" y los libros de Salgari, Karl May, Julio Verne. Entre ellos: "El Correo del Zar" y "La Vuelta al Mundo en Ochenta Días", que lo hicieron soñar con países exóticos y destinos fuera de lo común





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