Hasta que supo la verdad: Ernesto J. Vargas
vivía no como pensaba su hijo y lo que es peor se había amistado con su mamá.
Contra el amor no se puede, aun cuando se sufre. El hombre había
logrado entablar contacto por intermedio de sus cuñada, casada con su
hermano, con su ex mujer. La decisión estaba tomada. Quería volver para
vivir con ella y su hijo.
La madre de Vargas Llosa aceptó. Padre
y madre engañaron, en lo más intimo de sus conciencias, al hijo. Primero
la realidad, el vivía, Segundo, había que verlo de inmediato en el
Hotel de Turistas de Piura. Tercero, la ida a Lima vía terrestre, sin que lo
sepa. Mentiras tras mentiras.
Vargas Llosa conoció a su padre con una
frialdad tremenda, con cierto rechazo íntimo “¿Mi papá vivo y donde
había estado todo el tiempo que yo lo creía muerto? Este era el día el más
importante en todos los que había vivido y acaso de los que viviré
siempre".
Luego añade, sin dudas: “Me lo ocultaron mi
madre, mis abuelos, la tía abuela la Mamaé y mis tíos y mis tías, esa vasta
familia con la que pase mi infancia. Una historia de folletín, truculenta. Este
hombre había destruido la vida de mi madre cuando era todavía poco más que una
adolescente".
El escritor los conoció en una
de las calenturas de carácter de tan tenebroso hombre cuando llevó al futuro
intelectual a una casa a conocer a sus hermanos que ni siquiera sabía que
existían. Lo dejó allí tras una de las peleas con la esposa, enfrentando a
los Llosa. Mario lloraba y fue protegido por la madre de sus hermanos a quien
llamaban "gringa".
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