martes, 14 de marzo de 2017

Rumbo a Lima

Hasta que supo la verdad: Ernesto J. Vargas vivía no como pensaba su hijo y lo que es peor se había amistado con su mamá. Contra el amor no se puede, aun cuando se sufre. El  hombre había logrado entablar contacto por intermedio de sus cuñada, casada con su hermano, con su ex mujer. La decisión estaba tomada. Quería volver para vivir con ella y su hijo.

La madre de Vargas Llosa aceptó. Padre y madre engañaron, en lo más intimo de sus conciencias, al hijo. Primero la realidad, el vivía, Segundo,  había que verlo de inmediato en el Hotel de Turistas de Piura. Tercero, la ida a Lima vía terrestre, sin que lo sepa. Mentiras tras mentiras.

Vargas Llosa conoció a su padre con una frialdad tremenda, con cierto rechazo íntimo  “¿Mi papá vivo y donde había estado todo el tiempo que yo lo creía muerto? Este era el día el más importante en todos los que había vivido y acaso de los que viviré siempre".

Luego añade, sin dudas: “Me lo ocultaron mi madre, mis abuelos, la tía abuela la Mamaé y mis tíos y mis tías, esa vasta familia con la que pase mi infancia. Una historia de folletín, truculenta. Este hombre había destruido la vida de mi madre cuando era todavía poco más que una adolescente".


El  escritor los conoció en una de las calenturas de carácter de tan tenebroso hombre cuando llevó al futuro intelectual a una casa a conocer a sus hermanos que ni siquiera sabía que existían. Lo dejó allí tras una de las peleas con la esposa, enfrentando a los Llosa. Mario lloraba y fue protegido por la madre de sus hermanos a quien llamaban  "gringa".


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