Lo que le
deparó el destino a Dorita fue un desastre. Después de la boda, los
esposos viajaron a Lima y, de inmediato, Vargas sacó a traslucir un pésimo
carácter. Dorita fue sometida a un régimen carcelario, prohibida de frecuentar amigos
y, sobre todo, parientes, obligada a permanecer siempre en casa. Las escenas de
celos se sucedían por cualquier pretexto y podían degenerar en violencias.
El matrimonio
duró cinco meses y medio. Eran, constantes e inconcebibles, los
resentimientos sin fundamento y los complejos sociales de Vargas. Pese a su
blanca piel, sus ojos claros y su apuesta figura.
Sentía que
pertenecía a una familia socialmente inferior a la de su mujer. Las aventuras,
desventuras y diabluras de su padre, Marcelino Vargas,
empobrecieron y rebajaron por completo a Ernesto.
El abuelo
paterno del escritor nació en Chancay y aprendió el oficio de radio operador
que enseñaría al hijo. Pero la pasión de su vida fue la política. Entró a Lima
por la puerta de Cocharcas, con las montoneras de Piérola en 1885
cuando era muy joven.
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